El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 10

El amanecer del Amor
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gustaba. No entendía el porqué, pero tampoco me daban ninguna razón
—lo que más recuerdo es el hacer deporte a escondidas por miedo a que
me descubriesen—. De ahí fue creciendo mi rechazo hacia todo lo que
me imponían, volviéndome cada vez más rebelde, y en consecuencia,
recibiendo más castigo.
De joven adopté el carácter dominante de mi madre, y a los catorce
años intentaba dominar a mis amigos, convirtiéndome en su centro de
atención. Fue la época en la que mis relaciones con los chicos me dejaron
una huella que influyó negativamente en el desarrollo de mi personali-
dad, pues tras sufrir algunos rechazos, aparecieron los complejos y una
timidez cada vez mayor.
En casa, las peleas familiares eran continuas. Lo que más se quedó
grabado en mi mente de adolescente fue el que mis padres me involucra-
ban en sus discusiones aun en contra de mi voluntad, por lo que al final,
uno de ellos siempre acababa molesto conmigo.
Estudiando en el Instituto, mi personalidad había cambiado hacia
una extrema timidez y desconfianza. No quería hacer nuevas amistades
por temor a que conociesen mi ambiente familiar. A raíz de los enfrenta-
mientos con mi madre me propuse a mí misma que haría todo lo posible
para salir definitivamente de casa, así que me centré en los estudios con
el objetivo de ir a la Universidad.
Cuando llegó el momento, lo hice, trasladándome a la capital para
estudiar Biología, que era lo que realmente me gustaba. El cambio de un
pueblo a una ciudad fue realmente muy duro: tuve que afrontar comple-
tamente sola todas las dificultades.
Al comenzar mis estudios universitarios decidí que tenía que adel-
gazar unos cuantos kilos. No me sentía a gusto conmigo misma, y equi-
vocadamente pensé que la solución consistía en cambiar el físico. Daría
cualquier cosa porque ese pensamiento nunca hubiese aparecido…
Lo único que anhelaba era sentirme querida y deseada, por lo que me
obsesioné con la comida para tratar de conseguir una figura más esbelta.
Con mis estudios de Biología recibí ciertas nociones de nutrición, así que
me vi perfectamente capacitada para ponerme a dieta sin riesgos para mi
salud. Como consecuencia, fui dejando de comer. A partir de ahí comen-
zó mi pesadilla: adelgacé mucho y perdí hasta la sonrisa.
La obsesión por perder peso me llevó a encerrarme en casa. No me
veía nunca ni con el físico adecuado, ni con las energías suficientes para
salir a la calle. Por lo menos, pude aprovechar para estudiar.
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