El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 19

Daniel de Wishlet
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poner toda mi atención en lo que estoy estudiando. Si así lo hago, no solo
podré aprobar mis exámenes, sino que también conseguiré mantenerla en
todo lo bueno que está por venir, y lo disfrutaré aún más».
En este esfuerzo final, en el que conseguí una gran disciplina gracias
al control que seguía ejerciendo sobre mi mente, me fue cada vez más
fácil practicar meditación. Aprovechando ese estado mental me pregun-
taba aspectos importantes de mi vida, obteniendo claras las respuestas.
Y esta vez, sí que fui consecuente con ellas.
Me pregunté, por ejemplo, cómo iba a celebrar el acabar la carrera, a
lo que me respondí que en paz y armonía, pues lo que verdaderamente
deseaba era disfrutar de la auténtica satisfacción interna por mi triunfo,
y no de fiestas y noches sin dormir —tal y como había hecho hasta en-
tonces—. Sin embargo, según se acercaban la fecha de los exámenes, mi
mente me aconsejaba hacerlo con la fiesta más grande del mundo…
Por fin acabé la carrera. Y lo celebré con serenidad.
Comenzaba a vivir la vida tal y como yo lo decidía, no como lo había
hecho siempre o lo hacían los demás.
A los pocos días viajé a Holanda para compartir mi éxito con mi expa-
reja. Fue un verano inolvidable, lleno de ternura y sabiduría.
Rodeados de naturaleza vimos crecer a los perritos.
Paseábamos por pintorescos pueblos, patinábamos en el parque entre
lagos y cisnes, e hicimos un inolvidable viaje por Alemania y Suiza en el
que descubrimos más bellos paisajes y castillos.
Días de alegría entre el verde y las flores.
Empezaba a llenarme con esas pequeñas cosas, con esos maravillosos
momentos que la vida nos regala, como el dar el biberón a los cachorros,
contemplar sus juegos y el que me mordisquearan los dedos de los pies.
Y así, en medio de ese maravilloso entorno, surgió el gran regalo que
la vida me tenía reservado:
mi despertar espiritual
.
Como consecuencia de poner en práctica el resultado de mis medi-
taciones, me fui encontrando en un estado de paz y comprensión en el
que disfrutaba más de la vida; una mayor conciencia, un gozo interno,
en el que definitivamente era feliz. Quise estar así, y como este estado
era además ideal para meditar, solo tenía que seguir reflexionando y ser
consecuente con ello.
Y es que, cuanto más me preguntaba, más conocimiento recibía…
Una noche, tras el paseo por el parque, descubrí que la vida es para
vivirla «de dentro hacia fuera», lo que resultaba ser contrario a como se
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