El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 17

Daniel de Wishlet
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propuse que me preguntara lo que deseara: era como si en ese estado de
conciencia tuviese acceso a todas las respuestas. Pero cuando se disponía
a hacerlo, me asusté y lo perdí.
En otra ocasión, escuchando música clásica, el disfrute de su belleza
me llevó a la experimentación de que «la música es Dios». A raíz de ello
tuve una elevación de conciencia en la que durante unos días solo estuve
interesado en mantener conversaciones de forma trascendente. Pero ese
estado volví a perderlo, esta vez en una discoteca, a la que acudí con el
deseo de experimentarlo ahí, pues tras entrar elevado, fui aterrizando
conforme mi atención se centraba en las atractivas turistas que se con-
toneaban en la pista.
Y estas habían sido las «experiencias trascendentales» que había teni-
do hasta el día en el que decidí plantearme mi existencia en este mundo.
Aislado en la casa en Canarias para acabar de una vez por todas mis
estudios, tal era mi disciplina que el poco tiempo libre sin estudiar lo
aprovechaba tomando el sol en el jardín para relajar mi mente y así po-
der seguir estudiando. Y en esos momentos, mirando el césped, pensaba
en la maravilla que subyace en el funcionamiento del cuerpo humano:
millones de células coordinando perfectamente sus funciones para per-
mitirme vivir, y sin que yo interviniese, funcionando por sí mismas inde-
pendientemente de mi voluntad.
Sin duda debía haber una razón poderosa en todo ello, un objetivo
superior más allá de malgastar mi vida para acabar muriéndome.
Dichas reflexiones eran extensibles a la naturaleza en general, coordi-
nada en perfección y armonía para permitir la vida.
¿Para vivirla como lo hacemos en este mundo?
¡Esto no podía ser así, debía haber algo más!
Desde siempre tuve la certeza de que la muerte no existe y que la vida
tiene un sentido, pero lo desconocía.
Una de esas noches, y no por casualidad, me quedé viendo un progra-
ma de televisión en el que varios científicos exponían sus ideas sobre la
vida y la muerte, argumentando «científicamente» que seguimos vivien-
do tras la muerte del cuerpo físico.
Si bien lo contemplaba satisfecho, pues sus ideas coincidían con las
mías, hubo algo me sacudió interiormente, y fue el hecho de que aun
siendo científicos, lo expusieran con tanta naturalidad en la televisión,
mientras que yo, que me creía tan «espiritual», apenas había sido conse-
cuente con ellas.
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