El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 18

El amanecer del Amor
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Tal impacto me causó aquel programa, que al finalizar me dije que de
ahí no pasaba sin decidir qué hacer en la vida. Y además, que fuera lo que
fuera, lo iba a llevar a cabo.
Así que me dispuse a meditar con todo mi Ser…
Para decidir qué iba a hacer en la vida, primero tenía que saber cuál es
su sentido, para qué vivimos.
Y en la comodidad de la cama reflexioné que
el sentido de la vida es el
Amor.
Dos fueron las preguntas que me hice, por cuyas respuestas llegué a
ese convencimiento. La primera,
«qué es lo que me llevaría de este mundo
cuando me fuera de él»,
y la segunda,
«qué es lo mejor de mí que podría
dejar aquí»,
llegando en ambas a una idéntica conclusión: EL AMOR.
¡Por fin había descubierto algo por lo que valía la pena vivir!
Y entonces, me pregunté lo siguiente:
—¿Qué podría hacer para «conseguir» Amor?
En apenas unos meses terminaría mis estudios, y como abogado, me
vi en los calabozos orientando a rehacer sus vidas a aquellos que habían
sido detenidos por la Policía.
¡Esto sí que, al menos, tenía un sentido para mí!
¡Ya sabía qué hacer en la vida!
Pero esta decisión requería de un compromiso por mi parte, y es que
no podía ir a buscar trabajo con el aspecto de Tarzán que tanto me gus-
taba. Si quería ayudar a los demás de la manera que había elegido tenía
que cortarme lo que para mí era muy preciado: mi cabello.
Al día siguiente, y movido por una convicción que solo se tiene cuan-
do la intención es verdadera, me lo corté. Vestido de traje fui a buscar
trabajo para poder aprender mi profesión, pero al entrevistarme me dije-
ron que solo me darían la oportunidad una vez acabada la carrera.
Para asegurar mi éxito en los exámenes finales, regresé a la casa de mis
padres. Les expliqué la verdadera razón por la que la había abandonado
años atrás y, por supuesto, me tendieron la mano.
Estudiando ya en Madrid, Jenny me dio la noticia desde Holanda de
que nuestra perrita había tenido una camada de cachorros y que toda la
«familia» me estaba esperando para pasar juntos el verano.
Pensar en la felicidad que me aguardaba una vez acabada la carrera
era una sensación de alegría maravillosa, pero esta misma euforia tam-
bién me desconcentraba a la hora de estudiar. Por esto, sentado ante mis
libros para acabar de una vez por todas mis estudios, me decía: «V
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