El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 13

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U
n Gran Maestro nos dejó estas imborrables palabras:
«La vida
es como un puente: pasad por él, pero no os instaléis en él».
Vine a este mundo en una lluviosa madrugada de primave-
ra, y aunque nacido en España, me considero ciudadano del
mundo, del Amor Universal.
Nada más nacer no solo me habían dado una nacionalidad, sino tam-
bién un nombre: Rafael.
Mi infancia trascurrió de forma tranquila en el seno de una familia
acomodada y protectora de la gran ciudad, tan solo alterada porque
cuando yo tenía siete años, y debido a un virus por comer marisco en
mal estado, mi padre quedó paralizado de ambas piernas, lo que marcó
su carácter y nuestra relación familiar.
El juego, la escuela y el deporte fueron mis constantes hasta la puber-
tad, en la que el juego de un niño comenzó a trasformarse en el de un
joven cuyos valores no eran otros que la atracción femenina y el diver-
tirse con los amigos. Los veranos en la playa suponían un maravilloso
descanso para el resto del año, pero cuando se acababan las vacaciones y
me tocaba regresar a Madrid lo pasaba muy mal, pues deseaba estar cerca
del mar rodeado de turistas y no de cemento y coches por todas partes.
En el momento de elegir una carrera universitaria no sabía a qué me
quería dedicar profesionalmente. A esa edad no tenía una vocación clara
y definida, así que pensé en algo que me pudiese aportar un conocimien-
to general de la sociedad y que a su vez me facilitara el encontrar un
trabajo, decidiéndome por el Derecho.
En el puente
de la vida
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