El amanecer del Amor, de Daniel de Wishlet - page 14

El amanecer del Amor
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Durante mi estancia en la Universidad continué con las fiestas del fin
de semana y, por supuesto, con las del verano.
Fue en esta época cuando tuvo lugar el segundo hecho traumático en
mi vida, puesto que me vi obligado a hacer el servicio militar. Aún puedo
recordar ese «paso ligero» a las tres de la tarde con la camisa ardiendo en
pleno verano, mientras yo soñaba con la playa.
En las prácticas de tiro nunca apunté al blanco, pues en aquel enton-
ces ya sabía que jamás le dispararía a alguien.
Daba la impresión de que esa pesadilla nunca iba a acabar, y es que nome
gusta estar expuesto en contra de mi voluntad ni a las órdenes, ni a los cas-
tigos. Incluso hasta el día de hoy sueño algunas veces que sigo de uniforme.
Cuando por fin terminó el servicio militar se multiplicaron en mí las
ganas de divertirme, lo que hizo que durante los años siguientes se me
fueran acumulando las asignaturas no aprobadas a lo largo de ese curso,
por lo que cuando tocaba finalizar mis estudios, no lo hice. Hasta ese
entonces no había repetido ni un solo curso, y como mis padres —en
especial mi madre— estaban muy influidos por el «qué dirán», supuse
que sería una gran catástrofe para ellos el no haber acabado la carrera.
Para evitar que sufrieran, y para que no me lo recriminasen cada vez que
quisiera salir a divertirme, les dije que la había acabado. Al año siguien-
te —pensé— ya todo se habría solucionado: ellos no habrían sufrido,
y yo tampoco «habría sufrido» sus reproches. Así que me las tuve que
ingeniar para aprobar las asignaturas que me quedaban lejos de casa sin
que ellos se enterasen; y puestos a elegir, decidí irme a vivir a las Islas
Canarias, un cálido lugar en el que además de estudiar también podría
disfrutar del sol y de la playa durante todo el año.
En mi viaje hacia lo desconocido dos fueron los libros que me acom-
pañaron: uno de nutrición deportiva —para cultivar el cuerpo— y otro
sobre la sabiduría de los grandes yoguis —para el espíritu y la mente.
La primera mañana en mi nuevo mundo, dándome un paseo por Las
Palmas, me dije mí mismo:
—No conozco nada aquí, ¡pero saldré adelante!
Paré un taxi, le solicité que me llevara a la playa más cercana, y ahí me
alquilé un apartamento. Compré un periódico, realicé varias llamadas para
buscar empleo, y comencé a trabajar en una empresa de venta directa.
Durante esos días recibí una carta en la que se me informaba de que
debido a unos problemas administrativos no se me había concedido el
traslado de Universidad solicitado, por lo que no podría matricularme
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